Víctor Delhez

VICTOR DELHEZ
un gótico del siglo XX
Fernando Diez de Medina

Hace treinta y cinco años, en diciembre de 1938, publiqué mi libro «El Arte Nocturno de Víctor Delhez» (editorial Losada, Buenos Aires, Argentina), con 64 reproducciones de los grabados del artista. Fue una tentativa arriesgada de aproximación a la vida y a la obra de quien se convertiría en el primer xilógrafo de nuestro tiempo, el cual comenzaba en 1938 su ilustración a Los Evangelios, y no era aún muy conocido en los círculos artísticos.

Ese libro fue favorablemente comentado por la crítica de Europa y de América, probablemente más por el impacto visual de los grabados delhezianos, que por la literatura que los acompañaba. Se trataba de una biografía – crítica o biografía – poética, porque sin apartarse de la línea histórica de la vida del artista, intentó la interpretación subjetiva de su obra.
El crítico alemán Georg H. Neuendorff dijo de este libro: «Es una biografía magnífica, sobre un artista extraordinario». Treinta y cinco años después, Víctor Delhez ha sobrepasado todo lo que afirmé en «El Arte Nocturno». Delhez nació en Amberes, Bélgica, en el primer decenio del siglo. Estudió arquitectura e ingeniería.

Ejerció diversos oficios en su juventud. El dibujo y la fotografía artística lo llevaron a la creación estética. Vivió la experiencia vanguardista en París. Ilustró «Las Flores del Mal», fue Baudelaire, en grabados de audaz originalidad que enhebrando la tendencia expresionista con toques surrealistas, anunciaban ya al gran innovador de la técnica xilográfica. Luego pasó a Bolivia, en busca de un paisaje similar al palestino, para fondo de sus ilustraciones a Los Evangelios, paisaje que encontró en la finca de Cocaraya, en Suticollo, Cochabamba.

Construyó él mismo su vivienda, vistió con los sencillos indumentos de un indio quechua, se alimentó frugalmente, y en ese retiro campestre, en varios años de aislamiento de las urbes, brotaron sus maravillosos grabados evangélicos.

Sus primeras exposiciones en La Paz y en Buenos Aires, llamaron la atención de la crítica.

Era un clásico y un revolucionario, a la vez. No se parecía a nadie; era, simplemente, el artista Víctor Delhez, el que empujaría la ilustración en madera a límites ignorados por grandes xilógrafos que lo precedieron.

Regresó a la Argentina. «Kraft» edita un gran formato de lujo «Los Cuatro Evangelios»: un centenar de reproducciones de los grabados delhezianos que explica la exégesis católica.

Esta edición de lujo y otra de formato menor se agotan rápidamente. Las maderas del artista belga se imponen por la maestría técnica, la osada imaginación y el soplo místico que espiritualiza sus imágenes.

El artista se radica en Mendoza. Casa con una joven mendocina, su alumna (es profesor en la Universidad de Cuyo, en la cual mantendrá cátedra por un cuarto siglo).

Adquiere una pequeña finca en Chacras de Coria, donde hará vida libre y quieta, pero activa en el sentido de trabajo. Ha ilustrado ya, en el estilo fantástico, los Cuentos de un Soñador, de Lord Dunsany.

Ahora emprende la ilustración a Dostoiewski, obra titánica, en modo sorprendente, donde lo humano – esencial se entremezcla con la sátira y lo grotesco. Algunos grabados de vívido realismo, otros de escalofriante sobriedad.

Paralelamente inicia la ilustración La Danza Macabra, tema esencialmente nórdico que da vuelo a su fantasía. Hace retratos, paisajes, figuras del ambiente, de tipo realista, e intenta otra serie de grabados puramente imaginativos. Se ha querido comparar a Delhez con Gustavo Doré, el gran dibujante y pintor francés, insigne ilustrador de la Biblia, Don Quijote, Orlando Furioso, Gargantúa y Pantagruel, La Divina Comedia y otras obras famosas; pero el caso no es el mismo.

Doré fue un creador, dibujaba y pintaba con rara facilidad y prodigiosa imaginación, pero sus composiciones fueron grabadas por Pannemaken, Gusman, Pisan y otros. Delhez, en cambio, es artista y artesano de su oficio. El construye e innova sus prensas, prepara el papel y las tintas, el mundo de las incisiones en la madera bruta de su mano.

El mismo graba sus composiciones e imprime las pocas copias que extrae de cada plancha. Conoce, a fondo, los mil secretos de buril y de la prensa impresora. Mente, ojo, mano, madera y cartulina son las cinco puntas de la estrella que mueve su genio. Domina en absoluto la técnica del grabado, sobrepasando la reproducción mecánica de la realidad, que en siglos que desconocieron la fotografía, dieron a las láminas un valor social, decorativo y utilitario, por un enriquecimiento y ennoblecimiento del arte de ilustrar.

Del buril del maestro flamenco no surgen la ilustración meramente descriptiva o reproductora del mundo y de sus seres; brotan más bien verdaderas creaciones, figuraciones insólitas, mundos insospechados. Trans – realidad, en suma, porque en sus composiciones el mundo real se transfigura para renacer en formas mágicas que ojo alguno vislumbró antes que el suyo. Además Doré es ingenuo, casi infantil, en sus fantasías plásticas. Delhez extrae sus figuras y paisajes de la supra – conciencia, allí donde el rayo divino y la profunda búsqueda espiritual del hombre se tocan y confunden. Todo inédito, nada que recuerde lo ya hecho. (Esos ángeles delhezianos, por ejemplo, de línea espiritada y alas delgadísimas).

La finca-taller del grabador en Chacras de Coria, es una pequeña maravilla. Todo brotó de sus manos: dibujo, grabados, esculturas, archivos epistolares, la piscina, la huerta, la estantería, las prensas, los archivos de bocetos, grabados y dibujos, las herramientas de trabajo, hasta el jardín y los defensivos de la casa contra el río. En este admirable recinto, que es su defensa contra el mundo acosador y vertiginoso de las ciudades, Delhez desenvuelve esa acción diversa y múltiple que hacía decir al viejo Goethe: «Cada hombre es muchos hombres». Padre de familia – tiene ya cuatro hijos – grabador, catedrático, tenaz y vigoroso polemista por carta, en la prensa o verbalmente, el humanista se perfila en todo cuanto hace y escribe.

Temible como crítico de arte, anda también al día con materia científica, sociológica, y aún en cuestiones teológicas. Se cartea con intelectuales y artistas de todo el mundo. Prepara cuidadosamente sus exposiciones. Educa a los suyos. Tiene alumnos, amigos, admiradores. Y desde ese casi microscópico punto del planeta que se llama Chacras de Coria, despliega las vastas antenas de su inquietud mental que se proyecta sobre las culturas pasadas y sobre el tiempo actual

Por la penetración de su pensamiento y por haber llevado al grabado reflejos del torbellino en que vivimos, un crítico lo designó como «crítico de civilizaciones». Delhez ha recorrido la historia del grabado en madera en toda su extensión. Conoce desde las técnicas de Durero, de Schongauer, Cranach, Rembrandt, Holbein, Callot, Delacroix, hasta los procedimientos de Blake, Meryon, Daumier, Picasso, Ensor, Chagalle y Hayter, el abstracto inglés. Hasta se divierte con las imágenes del pop-art y de los psicodélicos.

Pero él, se ha mantenido dentro de su prodigiosa evolución, fiel al propósito inicial: convertir el grabado en madera, de arte menor en arte mayor. Sacarlo de la línea puramente melódica, reproductora de imágenes, para avanzar a la composición sinfónica que retrata, crea y sugiere más allá del tema elegido. Hizo del grabado una fuerza de creación espiritual. Aunque los ortodoxos del género arguyen que aquél debe ceñirse solamente a la oposición del blanco y del negro, este gran belga ha violentado los límites conocidos del buril sobre madera, la ha macerado, ha inventado tonos, contrastes, matices, toques intermedios jamás vistos, al extremo de que muchas de sus composiciones, por su ciencia del espacio y la distribución de los volúmenes, parecen lienzos escultóricos, o por la variedad de tonos y semi-tonos sugieren presencias pictóricas. Aún más: sus perspectivas, sus escorzos atrevidos (afluye el recuerdo del Tintoretto), su planteo estilístico de los enfoques visuales, no pueden esconder los antecedentes del ingeniero y del arquitecto.

Su famosa serie » Arquitectura y Nostalgia» es una pura elaboración constructiva que evoca los concertamientos intrincados del gótico radiante. Si el gótico es, como lo definen los tratadistas, una aspiración hacia lo alto, ese afán torturante del misticismo, misterio y captación de lo inasequible, aprisionar el espacio infinito en nervaturas dinámicas, contrastar la luz vibrátil con las penumbras enigmáticas, un afán desmedido de violentar los límites y crear tensiones nuevas entre el espacio exterior, los vacíos interiores y la estructura arquitectónica, bien puede afirmarse que Víctor Delhez es un gótico del siglo XX.

En la tectónica grabadística, lo ha removido y mudado todo. Y cuando acomete otro ciclo monumental de su obra – la ilustración del Apocalipsis de San Juan, que le demanda años de estudios previos -, es ya no sólo el maestro indiscutido de la ciencia del blanco y negro, cuya dicotomía rebasó, sino el mago renovador de la xilografía. En sus creaciones se conciertan y entrecruzan religión, historia, filosofía, crítica civilizadora. Nunca en espacios tan reducidos se agolparon y ordenaron tantas cosas. Grabados fáusticos, los suyos, por lo que encuadran y acaso más por cuanto sugieren. Geometría, música, ingeniería constructiva, pintura y escultura, y una destreza dibujística que raya en lo inverosímil. La rígida restricción de la madera parecería no admitir sino las formas lineales conocidas, pero este flamenco descubre y ahonda la profundidad del blanco y negro – acaso ya preconizada por Rembrandt y por Goya – y arranca a sus planchas tonalidades insólitas, las suaviza o las compacta a voluntad, les hace expresar lo que antes de él nadie se atrevió a decir.

Bien mirado, largamente observado, un grabado delheziano vibra, canta, refiere en lengua nueva el viejo y joven misterio del artista que interroga al universo. No es un grabador más: es el grabador por excelencia, el que no se parece a ninguno, porque el genio que lo habita sólo debía nacer y expresarse por su buril. Es como el caso de Schnabel cuando interpreta las sonatas de Beethoven al piano, que venciendo la parte mecánica del instrumento le extrae sonoridades recónditas, finísimas modulaciones, notas de gravedad profunda, tenuidades sutiles, o arrebatos volcánicos, jugando con esfumaturas y frases acentuadas hasta espiritualizar el sonido, sin que pianista alguno haya podido seguirle en su personalísimo estilo interpretativo.

Los grabados de Apocalipsis son una «summa» de arte, teología y crítica humanista. Abren horizontes de meditación al espectador. La analogía con la realidad se transforma en re-creación espiritual de un mundo de imágenes que asoma transido de novedad y fantasía. El realismo fantástico de Víctor Delhez no tiene parigual. Y aún dejando de lado toda consideración filosófica o literaria, el valor puramente plástico o estilístico de sus ilustraciones es inmensurable. Un estudiante de arte aprenderá más, mucho más, del solo estudio y contemplación de estos grabados, que de meses y años de tareas académicas.

El insigne xilógrafo, en su laboriosa existencia, ha realizado más de 200 exposiciones en Europa, en las Américas, en Asia. Tengo catálogos en japonés, en español, en francés, en inglés, en flamenco; todos reconocen la maestría técnica y el genio inventivo del artista. En el otoño de su vida el portentoso creador, sin abandonar sus maderas juega con el grabado en color. He conocido sus maravillosas creaciones; tienen, todas, el sello inconfundible del gran Delhez: una ciencia constructiva, un vuelo de la imaginación, y un tratamiento tan delicado del dibujo y del color, que evocan las hechuras de Hokusai y de Hiroshige.

¿Quién será el editor zahorí que se atreva a imprimir estas fantasías lúdicas del amberiano inigualable?. Aún debo rendir homenaje al amigo, al maestro de almas. Durante casi cuatro décadas he mantenido nutrida y sostenida conversación epistolar con Víctor Delhez. Voy escogiendo esas sus cartas que acaso un día se publiquen en un volumen, porque reflejan la sabiduría, la inteligencia y la cultura de uno de los mayores humanistas de nuestro tiempo. Así como su aproximación al río evangélico convirtió a este flamenco, de protestante en buen católico, yo diría que su amistad y su arte influyeron decisivamente en mi camino de escritor.

Al rendir este acaso sea el postrer homenaje mío al amigo dilectísimo y al artista admirable, confío en que sus grandiosas creaciones alcancen mayor nivel de universalidad porque este belga de nacimiento, sudamericano de corazón, estupendo xilógrafo que ha dado al grabado en madera autonomía formal y jerarquía espiritual; este sólido pensador, este poeta del alma, este genial artífice y visionario que ha incorporado mundos nuevos de belleza y pensamiento a la plástica universal, merece en verdad ser conocido y consagrado como uno de los mayores creadores del arte mundial. No sólo de nuestro tiempo. Víctor Delhez puede medirse con las más altas cimas de la creación artística de todos los tiempos. Lo dirá el futuro. La Paz, Bolivia, 1973

Nota final: Olvidé mencionar que Víctor Delhez tuvo contactos con el Grupo de los Cinco: Masereel, Van Straeten, Joris Minne y los dos Cantré. Delhez pertenece a la Real Academia de Artes de Bélgica. Fue él quién inició el grabado de corte fino, cuando todos sólo aceptaban el grabado de corte amplio. Y es él, también, quién reactualiza el grabado en colores, venciendo grandes resistencias y aportando innovaciones técnicas en el género.

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